CINE Y SERIES |
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En el año 1979, mientras Ridley Scott estrenaba Alien, el octavo pasajero, en el otro extremo del planeta, Andrei Tarkovski estrenaba otra obra maestra de la ciencia ficción, aunque es probable que nunca la hayas visto, había nacido “La Zona”.
Al igual que en su anterior película Solaris del año 1972, el director ruso Andrei Tarkovski realizaba otra adaptación de una novela de ciencia ficción popular en el bloque soviético: “The Roadside Picnic” de Arkadi y Borís Strugatski utilizando de modo magistral los elementos propios del género para construir un relato completamente diferente a lo esperado: de nuevo vemos un fenómeno misterioso, posiblemente de procedencia alienígena, que puede materializar de manera retorcida los deseos más íntimos de los investigadores que van al encuentro del misterioso lugar, los seres humanos en el viaje, atormentados con sus defectos, se enfrentaran a sí mismos y su naturaleza para hacernos preguntas fundamentales sobre nosotros mismos, la fe, el deseo o la desolación ante la muerte.
Probablemente no era la primera vez en la historia del cine donde nos acercábamos al planteamiento de la entidad extraterrestre capaz de materializar nuestros deseos, pero jamás se había realizado en una obra tan contundente, poética y reflexiva, completamente diferente a lo que Hollywood nos tenía acostumbrados. Aunque Schaffner, Spielberg, Kubrik o Scott habían llevado la madurez cinematográfica a la ciencia ficción, con el reconocimiento del público ya deseoso de visionar la siguiente aventura, el componente más profundo y filosófico de este género se estaba produciendo a miles de kilómetros fuera de esa industria multimillonaria con su capacidad intrínseca de ofrecer espectáculos deslumbrantes. Paradójicamente en el libro, la acción transcurre en Estados Unidos, aunque en la película, dadas las circunstancias políticas se reemplazó por un pequeño país no identificado: en aquellas tierras había aparecido una Zona, quizás, como resultado del impacto de un meteorito u otro ingenio o probablemente la visita de seres procedentes del espacio exterior y un viaje malogrado. En la zona, las leyes de la física y la geografía han quedado en suspenso. Como resultaría lógico en un evento tan excepcional, las autoridades vigilan los límites de aquel lugar para evitar problemas con los desprevenidos. El personaje que da título a la propia película (Aleksandr Kajdanovski) forma parte de un reducido grupo de personas convencidos de la maravilla de los misterios que esconde aquel extraño lugar y sensibles a los problemas de los demás, ayudan a otros a entrar y salir clandestinamente de la zona, guiándolos a través de aquel lugar tan mágico como traicionero, donde ni las fuerzas militares pueden entrar con éxito.
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Nuestro guía (el Stalker) haciendo caso omiso a los deseos de su esposa (Alisa Friendlikh), con quien tiene una hija que ambos cuidan, pero que padece problemas físicos y posee dotes psíquicos, al parecer provocados por el prolongado contacto de su padre con la misteriosa zona, volverá a guiar a dos hombres al interior. Pese a los reparos de su mujer el estalker los guiará burlando a las autoridades, un escritor en busca de inspiración y un científico con una misión secreta. El filme observará de manera serena como nuestros viajeros se adentran en lo desconocido, pasando junto a los restos herrumbrosos de anteriores expediciones militares, atravesando por peligrosos caminos, a menudo cambiantes y sin demasiada lógica, hasta llegar a la ansiada sala donde los deseos pueden hacerse realidad que los viajeros esperan encontrar. Desde su estreno la novela de Strugatski a sufrido (término más apropiado que “adaptado”) múltiples cintas, algunas notables, aunque con irregular resultado, entre las que podríamos citar, tan solo dos años más tarde la olvidada pero interesante producción de serie “B”, La galaxia del Terror (1991) de Bruce D. Clark, una oportunista película que mezclaba el fenómeno “Alien” con la obra de Tarkovski y Strugatski, en una entretenida aunque ridícula película donde un desconocido Robert Englund y la productora New World Pictures hacían sus pinitos en el lucrativo negocio del terror gore para adolescentes. Las versiones e inspiración de la cinta desde entonces se han repetido sin nuestro conocimiento hasta el infinito, el mismísimo Barry Levinson en Esfera (1998), plagiará / homenajeará sin remordimientos la obra, apoyándose a su vez en la obra de Michael Crichton, otra copia directa en formato de película de terror submarino (ya volveremos a su descendencia más tarde). Pero en esencia todas estas obras se han reproducido desde una perspectiva de la aventura o el terror pero la versión de Tarkovsky sería más apropiado calificarla de obra de reflexión, de introversión y observación. No resulta una cinta sencilla ni juvenil, intenta indagar en nuestro interior a través de profundas parábolas y metáforas.
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En la zona nada es aleatorio si lo observamos con detenimiento, el movimiento hacia delante significa en la mayoría de los casos, regresar, volver sobre nuestros propios pasos. Nuestros viajeros serán principalmente observados con la cámara a una distancia respetuosa y seguidos por largos periodos, arropados por una banda sonora obsesionante y sonidos naturales, que lejos de ofrecer tranquilidad y contacto con lo real nos perturban e inquietan a medida avanzamos. Las etapas de tranquilo recorrido y las pausas que ofrece el entorno se intercalan con debates diversos e intensos entre los personajes, pero que se nos antojan en muchos casos fútiles e irrelevantes ante la aventura que estamos presenciando. La zona es uno de los lugares más bellos, inquietantes y ricos en matices que jamás ha producido el cine, aunque resulta difícil de ver para el observador poco entrenado: la naturaleza verde y húmeda, las misteriosas tierras del recorrido que dan paso a ruinas recientes y deshabitadas, acuosas y embarradas que nos sorprenden por su aspecto poco esperado y a su vez familiar y que cada vez nos inquietan más a medida que el grupo va acercándose a la misteriosa sala.
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Las derruidas construcciones están compuestas por apenas objetos, pero repletas de agua y musgosas texturas que suscitan emociones de difícil expresión enmarcadas en el universo poético del autor, que busca describir el interior del espíritu humano, más que contar una historia en el sentido que todos esperamos en una película de ciencia ficción. Con el paso del metraje la imagen vira, se transmuta hacía un blanco y negro que resalta los obstáculos del camino (cómo los puestos de control del ejército que mantienen cercada la zona de exclusión). Los personajes se adentran en el peligro y suben a un tren de servicios que les sirve de entrada a la ansiada zona mágica, pero en esta etapa los aventureros viajan “en tiempo real” sobre el vagón, forzando al espectador a realizar con ellos el recorrido completo, como un espíritu que les observa, como un cuarto personaje calmado y sereno que sigue sus pasos dentro de la historia. Tras este momento la imagen se concentrará en primeros planos que evidencian la desesperanza y la soledad que embargan las almas de los viajeros, incapaces de obtener respuestas que den sentido a la vida y les proporcione algo de felicidad. Acompañados por el repetitivo e hipnótico sonido producido por los raíles del tren llegaremos a La Zona, a partir de aquí, el tiempo se volverá diferente según nos adentremos y el lugar queda reconocido inmediatamente por el color que acompaña a la naturaleza que les da la bienvenida. La Zona es un lugar de plasticidad indescriptible, pero difícil de observar por la deliberada voluntad de confundir con lo cotidiano de una naturaleza sencilla y ausente de nuestros designios, pero tiene un color intenso y característico que contrasta en medio de la realidad apagada y monocromática sin apenas matices de vida de dónde venimos. (Igualmente, siguiendo recurso, la hija de Stalker, nos ofrecerá su propio color, su propia percepción y conformación del Universo a su alrededor, especialmente en las intensas imágenes finales que expresan su capacidad telequinética, abrumadoras por una sencillez conmovedora pero intensas como el peor de los tornados).
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Stalker queda así constituida como una de las obras magnas de la cinematografía que con todo apenas conocemos. Tan solo se sirve de tres personajes que se mueven entre unos pocos y largos espacios, referenciados en la derruida ciudad y la naturaleza que rodea a La Zona. Durante las casi tres horas que dura la cinta, seguimos al Stalker a modo de guía místico que conduce a los hombres hacía una luz que quizás solo se encuentra en ellos y el camino como siempre será el que pueda ofrecer esas respuestas que todos buscamos hacía la felicidad y el sentido de nuestra existencia. El miedo a la muerte, la pérdida de la fe, los demonios internos del inconsciente o nuestra propia naturaleza serán otros tantos interrogantes que se materializan a través de una sinfonía de imágenes que nos conducen a mil preguntas, buscando las verdades amargas o sublimes que esconden nuestros deseos reprimidos. El director busca a través de un aparente minimalismo narrativo y visual que podamos observar el universo interior de sus personajes, manejando el color como ya hemos comentado para sugerir algo más que simples estados afectivos en el espectador, mientras que la cámara se mueve constantemente a través del espacio como testigo objetivo del devenir del tiempo, retratando a los personajes de forma completa en casi toda la película ya que el espectador, a modo de un espíritu contemplativo en busca de respuestas observa los acontecimientos a cierta distancia, ansioso de respuestas pero sereno, consciente de que quizás nunca lleguen. Pero lo importante una vez más es el camino y un guía adecuado para sortear los peligros. La película posee una técnica oculta y precisa que logra transmitirnos la idea inquietante de que algo acecha a los personajes, quizás nosotros mismos, serenos y contemplativos, quizás algo más oculto. Esa presencia desconocida podría traducirse como la zona misma. El realizador nos hace sentir que la zona está viva a través de un casi imperceptible movimiento en todo lo que nos rodea, en el aire, en el agua o hasta en el suelo con sus arenas movedizas, sus piedras incandescentes o la maleza acariciada por el viento. Aunque el principal truco para esta percepción subliminal es su cámara, donde aun en los planos aparentemente más estáticos existe un imperceptible zoom que se acerca o aleja y que solo podemos ver conscientemente observando los bordes del fotograma para percibirlo. Estas maniobras mínimas, inducen la idea de una palpitación en la imagen, como de un celuloide vivo que observa desde esa cámara subjetiva.. No cabe duda alguna, hoy en día la obra de Tarkovski puede resultar para el joven espectador lenta y aburrida bajo la actual perspectiva del cine de ciencia ficción y nadie va a negar la discutible técnica que el cineasta emplea para acercarnos hacía la reflexión. Probablemente el propio ritmo de la obra ofrece una respuesta negativa y nos dirige hacía caminos lóbregos en vez de saciar de esperanza el espíritu.
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Llegado este punto para muchos la película posee un punto débil que no se puede negar: la asociación del pensamiento profundo, reflexivo o la filosofía con el tedio, la incomprensión y la negatividad. No lo podemos negar y la película sin embargo ofrece una atmósfera única para disfrutar del difícil camino hacía las respuestas, aunque sería hipócrita pensar que las encontraremos en el simplismo lúdico, también lo sería afirmar que se hayan únicamente en ejercicios como este. Eso es sin embargo lo emocionante del mejor cine, la capacidad de encontrar obras con todo el espectro de preguntas y sentimientos que podemos ver en el ser humano. Stalker refleja un mundo extinto, una sociedad que no pudo alcanzar la utopía y peleaba por sobrevivir a sus errores, incapaz de aceptar los monstruos e injusticias que se habían creado y pronto comenzarían a derrumbarse sin haber encontrado respuestas. Nadie realizará esta reflexión cuando escribe una crítica convencional sobre esta cinta, pero no deja de ser una perfecta reflexión sobre la tristeza que supone las utopías maltrechas, llenas de tanques oxidados que quedan en el campo de batalla, de víctimas que sufrieron un destino inútil, mientras recorremos un espacio sin un tiempo cronológico al que aferrarnos y las preguntas que necesitamos contestar quedan al final enmohecidas y tapadas por la hierba con el paso del tiempo. Por su parte Tarkovski tenía la costumbre de renegar sobre las interpretaciones en clave simbólica de su obra, pero es fácil darse cuenta que el escritor y el investigador representan las dos formas comunes de acceso al conocimiento, al arte y a la ciencia, mientras que la vía más esquiva para ello, la religiosa, está encarnada por el propio guía. Este guía, el stalker, cree ciegamente en el poder atribuido a la zona, algo en lo que es necesario creer puesto que lo más increíble del lugar es que no tiene nada de maravilloso o fantástico a lo que aferrarse. En esencia toda la película con excepción del último momento final juega con la percepción de lo fantástico: ¿Realmente sucede algo increíble en la zona, algo realmente extraordinario como afirma el stalker o todo es un engaño al que el mismo se aferra sin ser real?
Stalker fue el quinto largometraje de Tarkovski (1932-1986) y el último que hizo en la Unión Soviética, para muchos es el punto más alto de una filmografía sublime y para otros la cinta que le acarreo la desgracia, no solo a él sino a su esposa, la actriz Larisa Tarkovskaya, y a Anatoli Solonitsin su actor principal. Todo ello a causa de rodar parte del metraje en una zona industrial de residuos tóxicos que supuso la intoxicación de parte del equipo y un sinfín de enfermos de cáncer entre las filas del rodaje en los siguientes años.
Quizás solo sea una historia más pero fuera del plano de lo anecdótico fue mal recibida y escasamente visionada en el momento de su estreno, por mucho que nos empeñemos en que cambió la historia del cine, aunque no neguemos proponer que cambió la vida de algunos, aunque pocos espectadores. Cierto es que en el mundo del cine creó una sugestión duradera y posee un magnetismo único, resulta una pieza arrinconada en nuestra memoria, pero reivindicada desde entonces. Kenzaburo Oe, premio Nobel de literatura, dedica un capítulo de su novela Una familia tranquila a la influencia del film en su personaje principal, Geoff Dyer le dedicó el interesante análisis fílmico, Zona: un libro sobre un film sobre un viaje a una habitación) y el británico M. John Harrison tomó la premisa central para inspiración de su trilogía Southern Reach: Luz, Nova Swing y Espacio Vacío, igual que Jeff Van der Meer para su trilogía Aniquilación, Autoridad y Aceptación.
Aniquilación (2018) / Netflix
Incluso Alex Garland no niega la influencia directa que de la obra hace en la reciente Aniquilación (2018) adaptación por parte de Netflix de la primera parte de la trilogía, de Jeff VanderMeer con Natalie Portman y Jennifer Jason Leigh. Existe hasta un film austriaco austríaco, Die Tochtel ("La hija") dirigido por Bernhard Kammel que regresa a la historia 25 años después o un videojuego que toma el nombre de STALKER para adentrarnos en una apocalíptica zona de exclusión en Chernobil. Quizás la novela resulte más del gusto de los amantes de la ciencia ficción tradicional, quizás hasta más parecida al propio videojuego, donde se nos cuenta como naves extraterrestres llegan a nuestro planeta, pero ignoran por completo a los humanos; marchándose dos días después y dejando atrás, como si hubieran venido a un picnic (de ahí el título de la novela), una serie de restos y basura, artefactos tecnológicos incomprensibles para nuestra ciencia aunque de propiedades sorprendentes. Estos objetos quedarán repartidos seis zonas a las que se prohibirá el acceso, aunque unos exploradores llamados "stalkers" entrarán ilegalmente para recuperar y poder vender algunos de esos artefactos, sobre todo buscarán el más deseado de todos ellos, una esfera dorada que al parecer, posee la capacidad de hacer realidad cualquier deseo. Con semejante argumento resulta extraño que la industria Hollywoodiense no haya realizado ya una de sus espectaculares adaptaciones con el calado filosófico de una hamburguesa con queso y patatas. Pero démosles tiempo. Te puede interesar:
Autor: Francisco Rodriguez
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