CINE Y SERIES |
|
Ilustración de Bastian Kupfer para Fabulantes (2017)
Neuromancia, transgénero y ciberfantasmas (1era parte) En 2010 Chelsea Elizabeth Manning fue acusada de transmitir a la web WikiLeaks documentos clasificados sobre las invasiones estadounidenses en Afganistán e Irak, entre ellos un vídeo, hoy célebre, en el que se ve a dos helicópteros de los EEUU disparando sobre civiles (periodistas de Reuters entre ellos). Las condiciones de la detención sin cargos y aislamiento del por entonces soldado Bradley Edward Manning, primero en el campamento estadounidense de Arfijan en Kuwait y luego en un centro de detención militar en Virginia, fueron denunciadas como severísimas, lindando la tortura, por Human Rights Watch y otros. Tras varias vicisitudes, en 2013 se la condenó a 35 años de prisión; por hacer sólo un poco de siempre necesaria demagogia, a dos de los soldados más mediáticos de entre los responsables de las torturas de Abu Ghraib les cayeron entre tres y diez años.
He usado la expresión “el por entonces soldado”: ¿estaba Chelsea ya ahí cuando filtró los documentos, fue encarcelada y sentenciada, si bien las acciones las cometiera el soldado Bradley, el aún-no Chelsea? “Quiero vivir como una mujer de nombre Chelsea”, dijo. Poco antes de ser detenida, envió una carta en la que informaba a sus superiores de lo mucho que sufría en relación a su género: luego se comentó que su homosexualidad era un secreto a voces, a pesar de que por entonces estaba prohibido que los gais declarados sirvieran en el ejército de los EEUU, y que discutía violentamente con sus compañeros. ¿Significa esto que Manning traicionó a la inteligencia de su país trastornado por sus “problemas de género”? ¿Que, de ser así, sus superiores deberían haberlo previsto, impidiéndole el acceso a la información confidencial? Al margen de que esto funcione como una oportuna estrategia de la defensa, veámoslo en cambio del lado de los fiscales: Manning era un hacker que sabía muy bien lo que se hacía, con la consciente voluntad de desvelar los crímenes de guerra perpetrados por su país, y que habría publicado la información en Internet con un alter ego femenino, “Brianna”.
Aquí empieza lo nuestro: su “aún-no-Chelsea” era ya un hecho en la red. Por eso tal vez haya que plantearlo no como un intervalo entre dos polos, masculino y femenino, que descompondría al sujeto Manning en una inestabilidad de tiempos y aspectos identitarios. Al contrario, ella se reveló en ese ámbito virtual que funciona como puente entre lo que no puede definirse, lo indecible, lo inimaginable, lo que era reprimido en el ejército, lo que ella misma pensaba y repensaba, dándole vueltas, cavilando qué sería, dónde ubicarlo (¿y si soy una mujer?), con su lugar en el mundo, con su nombre, su cargo, las fronteras, la legislación, el derecho penal y la estrechez de una celda militar. Ese puente es una imagen que es su verdad más propia, la más íntima, la que perfora su identidad histórica, la que atraviesa su género culturalmente definido, más acá incluso de la propia transición somática. Lo virtual, la imagen que se revela por aglomeración de bits, es ya la verdad de cada sujeto aunque no se corresponda con la efectividad de los hechos. Hablar de ciberespacio, como lo demuestra el género cyberpunk, es hablar del inconsciente: sin tiempo, sin creación genuina, condenado a reciclar lo ya visto, donde los deseos se cumplen, donde los fantasmas retornan y la negación no existe, los tiempos se cruzan, las identidades se superponen, donde todo es sexo.
La versión en castellano de Neuromante (Minotauro, 2007) se vuelve por momentos ilegible a causa de la pésima traducción de J. Arcolada Rodríguez y J. Ferrer Ramos.
El espía que surgió del I.C.E. Es tentador verlo como una polaridad cuerpo-alma, en donde el cuerpo es real pero está constreñido por la cárcel de la carne (o el modo en el que el lenguaje y los símbolos hacen cárcel con la carne) y el alma es su trascendencia, máxima expresión del sujeto porque supera el límite sensible a la vez que lo determina. Pero, se podría pensar, poder prescindir del cuerpo en el ciberespacio ¿no significa un grado extremo de alienación? ¿Una situación en la que lo vivido en la red cobra independencia respecto del cuerpo orgánico e incluso obtiene el valor de realidad que éste ve perdido? ¿Se cae en la farsa de que la vida real, el cuerpo físico, no sabe que cuando está conectado sigue respirando, sudando, comiendo y cagando? Ell@s no saben que sudan y cagan, pero lo hacen, dan ganas de decir parafraseando a Marx. Sin embargo, en tanto que virtualidad, el ciberespacio es un fantasma de la carne.
Cuando William Gibson escribió la que se considera la obra fundacional del género, Neuromante (Neuromancer), publicada en 1984 y la primera en ganar los Nebula, Hugo y Philip K. Dick, no tenía ni idea, se dice, sobre computadoras, incipientes en aquellos años, a pesar de aventurar conceptos que hoy manejamos como el de realidad virtual. La novela, una compleja trama sobre hackers, multinacionales e inteligencias artificiales ambientada en un futuro distópico, ofrece grandísimos hallazgos, un clima de cine negro de molde que es una oda al simulacro, y un muy poco carismático protagonista, Case, otrora jinete de la red, que hoy deambula consumido por la culpa y las deudas. Gracias a un nuevo y peligroso encargo ve restaurados los implantes de la estructura neuronal que le permite conectarse al ciberespacio, arruinada desde la misión anterior; sus actuales jefes le requieren para quebrar las defensas de ciertos programas informáticos y acceder a un misterioso objetivo… Esas defensas, esos cortafuegos, son llamados “hielo” o, en inglés, I.C.E. (Intrusion Countermeasures Electronics).
Case navega como nadie: mientras su cuerpo real es descrito como un semicadáver cuyas experiencias más interesantes sólo las obtiene gracias a los estupefacientes, sus recorridos a lo largo del hielo son de una intensidad visceral. Cuando por ejemplo se introduce en el software de la asesina cyborg Molly, puede sentir su dolor o su éxtasis como si fuera su propio cuerpo. ¿Es esto una advertencia, la tópica advertencia, de que la sociedad de consumo, el progreso descarnado o los medios de masas han anulado la capacidad de sentir nuestro cuerpo animal, o nos imponen el recurso a una aplicación para poderlo hacer? Muy bien pero, ¿y si también es un canto hacia esas prótesis virtuales? La filosofía cyberpunk deja muy claro que no hay diferencia entre una vida somática y una vida en la imagen, por llamarla así, pero no porque la primera esté cada vez más consumida por el acoso de lo virtual, sino porque lo virtual causa y justifica, paradójicamente, al cuerpo real que es su soporte. Tal vez la gran cuestión no sea si realmente podemos experimentar la realidad más allá del simulacro, sino que, si todo es simulacro, ¿por qué seguimos preguntándonos por su más allá? Esta pregunta es la que debería conmover el género de la ciencia-ficción distópica. No es resignación posmoderna, es que, por decirlo con Kant saqueándolo un poco, imponemos un plus a la superficie fenoménica para hacerla no sólo accesible a nuestro intelecto sino, añado, que justifique nuestro circuito deseante. Esa máxima que reza ‘vemos lo que queremos ver’ se puede conjugar ahora como ‘ver es ya desear’, ya que sólo porque hay deseo podemos ver el mundo. Y de la imagen del deseo habla Neuromante. Gibson describe el ciberespacio en el que Case se zambulle como una composición visual semigeométrica, de intensidades cromáticas y texturas sinestésicas: pero no hay una representación última de los programas o las inteligencias artificiales con las que interactúa. Una de ellas, por ejemplo, llamada Wintermute, para facilitar la comunicación se le presenta siempre en una mediación visual, es decir, en las vestiduras de personas conocidas y en escenarios ya vistos, extraídos de entre los recuerdos más recientes o más arraigados, ya que de otro modo no podría “darse a ver”. Así, Case goza de un momento íntimo, somnoliento y deletéreo, cuando puede volver a hacer el amor con Linda en un mundo tejido con recuerdos, o puede saborear el placer de asesinar a un antiguo enemigo aun sabiendo que es sólo una de las apariencias de Wintermute. Hay otros elementos en la novela que insisten en este aspecto, como ese personaje con dos identidades, la real sepultada (reprimida) por otra, simulada por una IA que es la que en verdad controla el cuerpo (el hardware); o los hologramas que generan los implantes de Riviera, puros haces de luz que fantasean una serpiente y un alacrán disfrazando lo que en verdad es una goma que aprieta su brazo y la jeringuilla que inyecta heroína; o esos personajes que genera la realidad virtual, superponiendo rasgos de personas ya vistas (el niño que tiene los ojos de Riviera, etcétera) tras rebuscar en la memoria de Case.
Ilustración de Sy Mead (182) para Blade Runner: es lo más parecido estéticamente a las ideas de Gibson hasta la fecha. Se lleva años hablando de una adaptación de la novela que nunca se lleva a cabo; actualmente el proyecto está en manos de Vincenzo Natali, director Cube y de la infame Splice.
El camino de cookies amarillas El universo desplegado en Neuromante va mucho más allá: hay aumentos cibernéticos, modificaciones genéticas por moda, drogas epidérmicas, estaciones espaciales con forma de huso como la que se ve en Interstellar, suburbios acosados por neones como los que se ven en Blade Runner (Gibson dijo que el mundo que había imaginado encajaba perfectamente con el que aparece en la cinta de Scott, aunque otras voces apuntan a que se dejó inspirar por ella), inteligencias artificiales con aspiraciones emancipatorias como las que aparecen en Ghost in the Shell, o escenarios oníricos que son áridos parajes conceptuales como en Inception. Ante un mundo sintético en el que todo es pura apariencia, todo es referible, todo es un como otra cosa… ¿dónde hallar lo esencial? La respuesta es obvia: en las súper-apariencias. Incluso lo más propio de Case, lo más recóndito, que es su memoria, es decir, el pasado no concebido como historia sino como instancia psíquica, podría ser también simulada: no habría distinción entre los procesos sinápticos del cerebro y el sistema de aprendizaje y autoescritura de un programa informático, entre el sueño y lo programado, las fantasías propias y las inducidas. Las IAs almacenarían en datos los gestos, las decisiones, las preferencias o las obsesiones del sujeto, incluso sus lapsus, tal y como los buscadores de Internet almacenan cookies para facilitar, se lee en los mensajes de advertencia, la experiencia del usuario. De este modo, la realidad virtual será para el sujeto lo más real, pero no porque en ella encontrará una experiencia más profunda, más esencial, de su yo (‘¡Facebook me conoce mejor que yo mismo!’). No: la realidad virtual es la verdad porque es la expresión del estilo del sujeto, el modo en el que la superficie visual del mundo es configurada, organizada, moldeada por él y, sobre todo, es el modo en el que le da un sentido y un significado acorde con sus posos de memoria, de deseo, con sus influjos, represiones, identificaciones y proyecciones que se activan en cada acontecimiento (‘¡Facebook me ayuda a tropezar con la misma piedra!’).
El mago de Oz (1939), puro cyberpunk: más allá del arcoíris no hay nada, pequeña Dorothy.
Dicho de otro modo, a cada momento cualitativo de su vida (peligro, violencia, enamoramientos, euforia, decisiones agónicas, dolor, miedo, resacas químicas, orgasmos) el sujeto va a construirle una identidad virtual a posteriori en la que debe creer para que tenga efectos de verdad y encaje en su historia personal. Lo de Gibson es una oda a la superficialidad: no es una crítica ni una ironía, es una toma de postura que nos dice que la verdad se organiza en momentos que son siempre un paso en falso (un bug) que se rellena contingentemente mediante un rodeo. Es como el gran Mago de Oz para la pequeña Dorothy y sus amiguitos: un acontecimiento sin causas aparentes, a priori sin relación con nada, una novedad radical que debilita toda estabilidad, significante vacío pero con efectos de verdad para otros significantes. La moraleja de esta historieta no es que, dado que Oz es una farsa, las virtudes que el espantapájaros o el león obtienen son, en realidad, fruto de su propio avanzar, de su camino de experiencia personal, del ingenio demostrado, del valor probado y no adquirido. En cambio, para que el león y las otras criaturas hayan podido desplegar estas características, era necesaria una trampa significante que les adjudicara, más allá de sus características explícitas, una identidad en la que creer como si siempre hubiese sido así. No hay más cerebro dentro de la cabeza de paja del espantapájaros que el que desde fuera se le dice que tiene, o una vir-tud que siempre es vir-tual. Sexo, mentiras y mapas de bits (2da parte)
Los niños tienen ceros, las niñas tienen unos
La trama principal del primer volumen del manga de Masamune Shirow Patrulla especial Ghost (1989-1991), plantea la eterna cuestión de si las inteligencias artificiales pueden llegar a tener consciencia, o mejor, si lo que entendemos por “vida” es algo tan cartesiano como sorprenderse a uno mismo reflexionando sobre su propia reflexión, o bien algo tan nietzschiano como asomarse al abismo de los arrojos pulsionales y los estremecimientos originarios de la carne. Shirow nos presenta las estupendas aventuras policíacas (a pesar de lo precipitado de ciertas tramas o del gratuito humor colegial que a menudo arruina la tensión) de la Sección 9, unidad policial de élite en un Japón futurista en el que los cuerpos cyborgs y las inteligencias artificiales son parte de la vida cotidiana. El debate sobre la ética hacia las máquinas o la esencia de lo virtual fluctúa a lo largo de las páginas, pero sólo al final se aborda de manera directa; será el anime de Mamoru Oshii Ghost in the Shell, 1995) el que lo retome de una manera profunda y hermosa. La densa base filosófica de estas historias no es el miedo ante el posible despertar de la consciencia en los robots, sino cómo los humanos manejamos esa frontera que separa la vida del mero viviente (cuando la primera es asesinable sin cometer delito, se convierte en lo segundo: es la teoría del homo sacer, pero eso lo dejamos para otro artículo). La mayor Motoko Kusanagi, un supercyborg de cuerpo acorazado, sentidos aumentados y camuflaje óptico, junto con unos compañeros asimismo protésicos (excepto uno) y un arsenal letal, deberá investigar la identidad de un peligroso hacker conocido como ‘el Titiritero’, capaz de infiltrarse en los bancos de datos institucionales o de piratear el cerebro electrónico de robots y cyborgs. La diferencia entre los primeros y los segundos es que, incluso si éstos cuentan con un cuerpo enteramente artificial, como Kusanagi, seguirán siendo tratados como humanos, poseerán consciencia de esa humanidad, libre albedrío, deseos e inconsciente o, como dicen ellos, poseerán un fantasma: un Ghost.
El ghost es el más allá del cuerpo cibernético, necesario para que éste sea considerado humano; el cuerpo, a su vez, es la prescindible apariencia del individuo, pudiéndose sacrificar si es necesario mientras permanezca intacta la placa madre que alberga el ghost. Éste puede navegar por el ciberespacio, comunicarse con otros ghosts, puede ser formateado por hackers o infectado por virus, descargar datos de la red o enchufarse a otras terminales a través de los puertos de su nuca. El planteamiento de la primera parte parece ahora confirmarse: lo que hace humanos a estos cyborgs de hardwares reparables no es sólo hallar su reconocimiento en otros humanos, sino creerse que lo son, así que lo más singular y genuino que poseen, lo que desata sus pasiones, su sed de venganza, su pánico… es sólo una lámina imaginaria.
Empleo “lámina” adrede, como lo que Lacan en 1964 llamó lamelle: dicho muy fácil, el ingreso del individuo en el lenguaje, en el orden simbólico que le dice tú eres esto o aquello, tú eres niño, tú en cambio tienes vulva y por eso eres niña, instaura una falta en el sujeto. Siempre queda un resto sin encajar en el sujeto culturalmente sexuado, primero porque el reconocimiento de su identidad se cumple en un campo que no le pertenece, que le es exterior y estaba ya allí, que es el lenguaje; segundo porque la diferencia sexual lo aboca a la muerte individual con miras a la perpetuación de la especie. Pues bien, esa lámina es vida en bruto, al margen de su determinación por el género, la historia y la identidad, y sólo es pensable no como pulsión orgánica, sin-tiempo e inmortal, sino como la sombra que nos separa de la muerte y el deterioro. Nos existe como la imagen virtual de lo que no somos, de nuestro origen antes de ser quienes somos, la posibilidad de aún-no ser: es el motor de deseos, sueños y fantasías, o lo que impulsa a Kusanagi a preguntarse qué le hace seguir llamándose humana. En otras palabras, en la identidad cultural (tú tienes pene, eres un niño) hay un agujero de sentido (¿por qué me decís que soy un niño? Porque tienes pene) que sólo puede ser pensado como una forma virtual que se vuelve la única verdad que el sujeto puede decir suya (yo tengo pene, me decís que soy niño, pero mirad bien: soy niña). Si por fin defendemos lo virtual como lo que está más acá de nuestro cuerpo, imaginado en su afuera del lenguaje, entonces la Mayor Kusanagi podrá ser “ella” a pesar de tener otras apariencias, ser un hombre, o ser Scarlett Johansson.
No importa, encargaré otro cuerpo.
Ciberespacio eres tú ‘El Titiritero’ realiza una especie de coito virtual con Kusanagi, ambos sin cuerpo, para alumbrar una nueva forma de vida ajena a la biología, de apariencia masculina y con el ghost femenino de la Mayor, que habitará “la inmensidad de las redes”. ‘El Titiritero’ cree que copulando, y no copiándose cual programa informático, podrá coquetear con la aleatoriedad y la catástrofe y sentirse un eslabón más de una especie cuyo éxito depende de que sus individuos estén destinados a morir. Él vive si, a pesar de la imposibilidad intrínseca de su naturaleza sintética, puede componer la imagen de su muerte, pero sólo si antes se creerá sexuado: una fantasía húmeda con efectos de verdad. Wintermute, por su parte, se da a ver a Case como hombre y como mujer; más tarde su condición no-humana le hará conectar con inteligencias artifíciales de sistemas solares extraterrestres. Entonces ¿con quién hace el amor Case cuando lo hace con Linda? ¿Con una entidad-sin-identidad? ¿O que esa entidad se revele como la antigua novia implica que ese momento es la verdad, que para Case ella es Linda, al margen de lo que vaya a ser más tarde? Esto me recuerda a la famosa escena de Demolition Man en la que un Stallone que despierta en el futuro asiste con horror a que el amor se hace por medio de unos electrodos conectados a la cabeza, los dos amantes sentados frente a frente. Stallone quiere sexo de verdad, con sudor, posturas, etécetera, así que al final le descubre a ella lo mucho que se estaba perdiendo. Si bien la moraleja pueda ser simpática, para los productores de la película sólo el sexo con penetración es el auténtico: el sexo es dejarse embestir por el cuerpo ciclado de Stallone. Y es que olvidan que siempre intervienen las fantasías, siempre hay un revestimiento imaginario que hace posible toda experiencia real (¿cómo hablar de “posturas” si no?), una distancia virtual respecto al otro cuerpo para gestionar desde el placer sexual lo que sería, en cambio, simplemente, un coito. Tal vez para ella sea más verdadero y placentero un rato de onanismo con la imagen de un Stallone de celuloide, a la que dota de virtudes que puede que sean falsas, invirtiendo los roles por ejemplo, antes que soportar las enseñanzas del American Stallon en vivo y en directo… Pero ¿y el amor? El amor es ese entramado de imágenes que abarca todos los tiempos del sujeto y se pone en marcha en cada ocasión para justificar, retroactivamente, que se está enamorado. El amor es sincero porque siempre es virtual, es lo más verdadero para el sujeto porque es lo que trepana su lugar y tiempo históricos y lo arroja al sotobosque exuberante de memorias, identificaciones, proyecciones, deseos y fantasmas que se agitan de un modo u otro en cada actualidad. Enamorándonos, nos perdemos en el encuentro de la superficie fenoménica del otro sujeto, vibrante a su vez de su deseo, con la carga inconsciente que le adjudicamos y que creemos le pertenece desde siempre: por eso, porque cada momento de amor se causa hacia atrás, no dura muchos años. Pero, se dirá, todo depende de cómo se reinventen las situaciones.
Volumen 8 de Patrulla especial Ghost. En los números anteriores las primeras páginas están coloreadas, mientras el resto del manga está en blanco y negro; en este último número no hay ni gota de color. Aquí, el empalme sináptico que da lugar a la vida.
Trinity enamorada. Un canto a la post-verdad Para concluir, destaco el detalle tal vez más problemático de la saga Matrix (sin temor de spoilear, a estas alturas todos la hemos visto). En la maravillosa primera entrega, cuando Neo muere en el mundo virtual, regresa a la vida tras un beso de Trinity en el mundo real: puede que sea sólo efecto del montaje, pero así lo parece. En la segunda entrega la que muere en el mundo virtual es Trinity, y Neo, sin salir de Matrix, la hace revivir manipulando su proyección mental; si moría la mente, moría el cuerpo, así que ella revive también en el mundo real. Alma-cuerpo, psique-carne. La moraleja del Oráculo es la de todo oráculo: se invita al individuo a edificar no ya su propio destino, algo un tanto indecoroso, pero sí a ser responsable en cada momento de su hacer. Así, Trinity y Neo, para salvarse respectivamente en cada ocasión, se conducen contra toda posibilidad (¡revivir a los muertos!): ambos se aman, se aman tanto que siguen juntos aunque puede que hayan muerto ya desde la primera película, porque se amarán en imágenes de deseo a las que vuelven verdades, lo harán como fantasmas gracias (aquí está la clave) al mundo virtual de Matrix. En Neuromante el plan maestro que reúne al equipo de Case, Molly, los rastafaris, Riviera y Armitage, pretende salvar a una inteligencia artificial autoconsciente que trasciende el lenguaje de su propia programación. De la palabra clave que la define y, nombrándola, la liberaría, dice: Podría decirse que lo que yo soy se define por el hecho de que no lo sé, porque no puedo saberlo. Yo soy aquello que no conoce la palabra. Si tú la conocieses, y me la dijeras, yo no podría conocerla. Estoy construido así. Es otra persona quien tiene que aprenderla y traerla hasta aquí […]. Su esencia está entre la palabra que la identifica pero que no le pertenece, y la profunda falta que eso conlleva, que hace que siempre quede un vacío por rellenar. Se rellenará con una imagen que será verdadera porque es anhelo, es idea de pasado, de felicidad, de muerte, de aún-no del nombre, de libertad. Por eso el amor imposible de Neo y Trinity será verdad, porque abren imaginariamente la posibilidad de amarse. Entonces ¿todo vale? Cualquiera puede componer imágenes, ¿todas ellas serán eficaces de cara a la realidad del individuo? ¿Cómo manejar esto? Voces como Matteo Renzi, el grupo Prisa o The Economist, lo llaman con preocupación la era de la “post-verdad”, en la que lo que importa no es que las sentencias de unos u otros tengan relación con los supuestos hechos objetivos, sino los efectos de verdad que produzcan. Tal vez no podamos salir del imperio de las verdades que construyen, por ejemplo, los partidos de Marine Le Pen o Albert Rivera sobre los inmigrantes, el Partido Popular sobre los crímenes del franquismo, o el grupo Prisa sobre la izquierda latinoamericana, aunque sean infames e injustas, porque están ahí, generan una serie de contenidos, asociaciones y repercusiones históricas, conmueven unos afectos y unas memorias, y tienen nefastas ramificaciones a nivel político y cultural. Tal vez la actitud a adoptar no sea negarlas ni rechazarlas como falsas, sino abrumarnos de post-verdad, de mentira, de fantaseos, de fantasmas, y admitir que toda imagen es verdad porque es lo que se expone a sí misma, como diría Benjamin, en el momento de su revelación histórica.
Trinity, cuyos minutos iniciales en Matrix marcaron un antes y un después en el cine, alude claramente a la Trinidad: ella es quien insufla vida eterna al Elegido.
Como frente al Oráculo, nuestra responsabilidad ante las imágenes es saber cómo se ocasionan e instauran en tanto que verdades, cuáles son las condiciones que las hacen posibles y las construyen como si desde siempre soportaran su identidad. Se podrá así abrir el tiempo para otras verdades, imágenes igualmente efectivas, igualmente políticas, o saber manejar las coyunturas y adelantarse a que en otros momentos, otros sujetos hagan posible la imagen, por ejemplo, del transexual como aberración biológica. Y aquí volvemos a nuestro punto de partida. ¿Qué era verdad, la identidad legal de Manning cuando fue detenida, o la identidad por entonces aún virtual de su realidad de género? Como nos lo demuestran las hermanas Wachowsky, que dirigieron Matrix (1999) cuando todavía no habían iniciado su transición, la verdad más íntima y compleja de un sujeto es algo virtual, que etimológicamente se refiere tanto a lo que va a ser pero aún no (una reverberación de imagen que justifica su pasado desde un futuro de posibilidad), como a lo que le es más propio, sus atributos, sus virtudes. Autor/ Fuente: Carlos Caranci Sáez Director de arte y Redactor en Fabulantes. Nacido en Madrid en 1983, historiador del arte, como el mismo se define: lee psicoanálisis, tiene el permiso de conducir B, un perro, cree que el secreto de las cosas está en su superficie y etcétera. Colabora en varias publicaciones e instituciones culturales; como artista plástico ha hecho exposiciones, ilustra libros, páginas web y cómics, todo ello bajo seudónimos realmente insólitos. Trabajo originalmente publicado en dos partes el 25 y 27 de Abril de 2017 enFabulantes.com una publicación que surge como un lugar de encuentro para los amantes de la literatura de género (Ciencia Ficción, Fantasía y Terror) y también del cómic. Administrada y desarrollada por lectores impenitentes, ofrece contenidos cuidados -entrevistas, reportajes, críticas- que llevan por bandera la calidad y el rigor.
Temas relacionados: Ciberpunk, Realidad Virtual, Ciberespacio, Ciencia Ficción Y Fantasía, Cine, Cinefilia
Reconocimientos y más información sobre la obra gráfica ADVERTENCIA: En este foro, no se admitirán por ninguna razón el lenguaje soez y las descalificaciones de ningún tipo. Se valorará ante todo la buena educación y el rigor sobre el tema a tratar, así que nos enorgullece reconocer que rechazaremos cualquier comentario fuera de lugar.
0 Comentarios
Deja una respuesta. |