VINYL - episodio piloto: Autopsia de la corrupción a ritmo de rock

Atención: Ver antes de morir

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Con este reportaje, iniciamos la andadura en esta sección destinada a crear una selección de todas aquellas piezas maestras independientemente de su tamaño o fecha, con la que os aconsejamos montéis vuestra biblioteca personal de obras fundamentales para entender nuestro tiempo sin tener que aburriros como tortugas al sol. Creemos  que existe toda una infinidad de contenidos de toda clase que os ayudarán a desconectaros de la dictadura de la televisión unidireccional, los blockbusters patateros y de cualquier cosa que os vendan de moderna y a la moda, pero os haga sentir como una patata vestida con chaqueta de pana y coderas.
Serán escuetas reseñas destinadas a que rápidamente podáis tener una gran referencia atemporal de esas pequeñas o grandes joyas que el tiempo o la marabunta informativa entierran en favor de un consumo rápido y sin criterio, no dudéis que será una sección de lo más alocada y descerebrada de nuestra revista, así que aquí no se admitirán quejas, porque en el fondo somos muuuuy malos, juas, juas...
 
Lo primero es lo primero, la serie se la cargaron... y da absolutamente igual.
 
Pues sí, a principios de 2016, vimos el estreno en España de la primera temporada de Vinyl, apenas pasaba medio año, cuando se supo de la cancelación de su segunda temporada. En el fondo, muy en el fondo, tampoco importaba demasiado, Martin Scorsese, Terence Winter y Mick Jagger habían conseguido con el primer episodio, disparar en el punto de flotación de una industria, una perfecta disección de la corrupción y del alma humana en una película trepidante, donde inteligentemente escondida entre blues, góspel, rock, punk, whisky, sexo y cocaína, mucha cocaína, nos relata los mecanismos oscuros de la industria discográfica para vender su producto.

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Hasta la llegada de esta serie, el sexo y las drogas, hasta la violencia, además de toda clase de desmanes, incluso la autodestrucción, se nos habían vendido como algo glamuroso. En el mundo de la producción musical, sin embargo nunca se nos había mostrado a través de los ojos de un Scorsese que nos muestra el mal endémico de nuestra sociedad reflejado en la música, como si los personajes de Casino, Uno de los nuestros, Infiltrados o El lobo de Wall Street, se hubiesen fusionado en esta oficina discográfica, cuales vulgares ultra cuerpos del espacio para corromper todo lo que tocan.
 
En sus casi dos horas, la historia en sí, nos cuenta la historia del presidente de una compañía discográfica: Richie Finestra (Bobby Cannavale), que intentará salvar a toda costa su empresa, mientras es atormentado por su pasado, un presente hundido en la entropía, y un Nueva York que ve nacer el punk, la música disco o los nuevos ritmos afroamericanos. Mientras tanto él intentará recomponer su alma espoleada por una industria mafiosa dispuesta a comprar voluntades con ofertas que no se pueden rechazar.

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A primera vista, encontraremos el vertiginoso y alucinante mundo de Scorsese, sabiamente aderezado con el saber musical de Mick Jagger y la proverbial creatividad de Terrence Winter, una obra de entretenimiento perfecto donde las peripecias de este hombre son interpretadas por un Bobby Cannavale venido del cielo, donde sus espacios muertos colocado de cocaína hasta las cejas, sin decir una sola palabra son sencillamente obras maestras de la actuación más lisérgica.
 
Una puesta en escena perfecta y unos actores a la altura, darán vida a un Nueva York que está viendo nacer una nueva cultura sonora, entre los viejos dinosaurios de la corrupción musical, las drogas, el sexo antes de la llegada del SIDA y los sin techo de la Gran Manzana, visto de una manera ambiguamente preciosista y oscura a la vez, realizada como pocos creadores saben y dominan.

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Desde el primer segundo nada es casual, el protagonista que acaba de meterse una buena raya, entrará en el  mítico Mercer Arts Center  para presenciar a los New York Dolls  tocar una impresionante Personality Crisis, y describirnos así el atormentado espíritu de esta obra, sin necesidad de grandes parrafadas innecesarias, ni retorcidos giros, acabamos de llegar al mundo de la corrupción, de los mecanismos interesados, del poder descarnado, del negocio a través de los sueños y ambiciones de los seres humanos, un pozo sin fondo donde sus personajes se verán arrastrados y tendrán que luchar por sobrevivir.
 
Martin Scorsese tiene ese don, de mostrarnos una cabeza machacada con un jarrón, sin que acabemos llamándole salvaje, pues la verdadera violencia en su cine no está en su acción, si no en la moral y comportamiento de sus personajes, algunos de ellos verdaderos monstruos, capaces de engendrar el verdadero mal, esos seres codiciosos y malvados de ambición infinita y alma fusilada al amanecer por su propia avaricia o circunstancias, psicópatas de cuello blanco o bajos fondos, mentes retorcidas, capaces de crear y controlar toda clase de redes clientelares con el dinero o con la fuerza.

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Es aquí, en este punto donde la serie brilla con luz cegadora, hasta hacernos daño, tanto daño que resulta insoportable. La crítica a como somos manipulados es atroz, milimétricamente descrita, es casi un reportaje de investigación en el que nos muestran como son compradas las voluntades para enriquecer una industria que nos vende lo que desea, dispuesta a pagar con la moneda que sea necesaria: dinero, drogas, sexo o lo que se tercie, pero está perfectamente disimulada en un envoltorio perfecto. Entendemos lo que nos dice, lo comprendemos, pero no lo sabemos verbalizar aunque sabemos perfectamente que esas redes corruptas están ahí, viven con nosotros y nos hacen sentir mal, muy mal… pero ya es demasiado tarde, han transcurrido dos horas sin darnos cuenta, el episodio ha terminado y la desagradable semilla ha sido plantada.
 
Si todo lo que acabamos de contar os importa un rábano, aun tenéis un buen puñado de razones para ver esta serie:
 
El retoño de Mick Jagger, James, interpretando a un autodestructivo y drogadicto vocalista de una banda que intenta parir el Punk, o Juno Temple, la hija de Julien, uno de los mejores documentalistas musicales del mundo. Para los más fetichistas tendremos a la buenorra y anoréxica Olivia Wilde, como ex juguete roto (o como queramos llamarlo) de la factoría Warhol ahora como mamá entre dos mundos.
 
 Las referencias a la música negra son hipnóticas, bellas y sugerentes y se congratulan de una manera casi mágica con el punk o el glam sin despeinarse un solo pelo, algo que en teoría resulta prácticamente imposible y que retamos a quien sea a que lo intente encontrar en otro lugar en tan perfecta sinergia.

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Un Terrence Winter capaz de trasladar su soberbio guión de El Lobo de Wall Street al mundo de la producción musical de los setenta, la pantalla nos atrae y nos hace pensar, nos excita y nos deprime, nos hace reír con los desmanes de estos productores tarados y alocados con un cerebro perforado por las drogas y sumergidos en su propio mundo con vistas a Central Park, que no estarán quietos ni un solo segundo para lograr sus objetivos entre felación, raya de cocaína y viaje en jet privado.
 
Si queréis algo bueno para empezar y tenéis el aguante necesario os lo hemos servido en bandeja

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