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Anexo y Bibliografía de “Dolor neuropático en lesionados medulares”
Evidencias en pleno siglo XXI
Sabemos que los cambios de tiempo afectan a las articulaciones y ¿no hay estudios? Más allá de los reveladores estudios realizados por el doctor Kazuhito Kimoto, (2015) y comentados en el reportaje sobre dolor neuropático en lesionados medulares la investigación de la asociación clima/dolor a resultado muchas veces un callejón sin salida con estudios contradictorios y ausencia de suficientes investigaciones que den respuestas a un problema que resulta evidente.
Resulta extraño el bajo número de estudios realizados frente al multimillonario gasto sanitario que supone las prescripción de fármacos asociados al dolor durante los cambios atmosféricos y la contundente respuesta de los pacientes a estas variaciones, respuesta que aunque parezca sorprendente y quizás hasta sospechoso si cabe, han negado sistemáticamente múltiples estudios.
Por esta razón vamos a analizar el recorrido de estos estudios en los últimos años e intentar comprender la ausencia de resultados pese a los millones de personas que en el mundo sufren a diario los cambios del tiempo por mucho que lo niegen múltiples estudios o no lleguen a conclusiones aclaratorias. Es conocido por todos que las personas que han sufrido una fractura importante por traumatismo, pueden experimentar dolor asociado a los cambios de presión atmosférica. Del mismo modo, ningún médico se sorprenderá si escucha esta afirmación en un paciente con artrosis, una enfermedad articular degenerativa que produce dolor y afecta directamente a la movilidad y autonomía de las personas afectadas. Sin embargo, sorprende descubrir que son pocos los estudios que abordan la correlación entre el dolor y los cambios de presión atmosféricas de una manera seria, a pesar de que millones de personas sienten y padecen en su cuerpo los efectos. ¿Mucha casualidad? El dolor por artrosis guarda grandes similitudes con el que propicia el reportaje sobre lesionados medulares y neuropatía. Se calcula que cerca de 300 millones de personas lo padecen en todo el mundo (las cifras en España rondan en torno a las 7 millones), mueve una industria millonaria, supone un gasto tremendo para la sanidad y es igual de incapacitante para el paciente como el dolor neuropático. Pero además, esta afección se encuentra con el mismo problema: los escasos estudios realizados hasta la fecha sobre la relación entre el dolor articular y las condiciones meteorológicas, que además alcanzan conclusiones contradictorias a causa de limitaciones metodológicas y a la variabilidad geográfica de las investigaciones. Con todo, si analizamos los datos de los estudios de manera conjunta aparece una correlación clara entre las variaciones de presión atmosférica y el dolor articular. Incluso una década antes de la investigación en Japón (K.Kimoto, 2015), en España sin ir más lejos, Vergés J. Montell E., publicó en el año 2004 enProceedings of the Western Pharmacology Society un estudio de dos años sobre la artrosis en el área metropolitana de Barcelona que dejaba las cosas claras.
Este estudio auspiciado por el Instituto Poal de Reumatología y los laboratorios Bioibérica Farma, arrojó conclusiones realmente similares a las del doctor Kazuhito Kimoto, mostrando de nuevo, que muchos pacientes con artrosis experimentaban un aumento del dolor articular cuando bajaba la presión atmosférica. Tanto la intensidad del dolor como el momento en que aparecía la afección, sucedía de manera diferente dependiendo de cada persona. Por ejemplo, podía ser que el paciente empezara a experimentar el dolor unas horas antes al cambio climatológico, o que incluso pudiera sentirlo varios días antes de comenzar las precipitaciones. Estos resultados marcaban probablemente una relación más directa entre presión que humedad (aunque exista una interrelación física).
De hecho, según las cifras, un 40% de pacientes con artrosis son susceptibles de predecir fenómenos meteorológicos a partir de su dolor, al igual que las personas que ha sufrido una fractura por traumatismo. Aquí desde luego, una interpretación directamente ligada al sistema vestibular no iba a resultar una solución. Si escuchamos a los especialistas hay muchas hipótesis de por qué ocurre este fenómeno. Una de las que cabe destacar, propone que los pacientes con artrosis podrían haber desarrollado receptores que actúan con los cambios de presión y las bajas temperaturas, liberando ciertas sustancias que por ejemplo favorezcan la hiperactividad o hipersensibilidad nerviosa. Aún así, resulta realmente sorprendente no encontrar hasta la fecha estudios relevantes que identifiquen estos receptores y sustancias.
La ausencia de estudios y el alarmante desconocimiento sobre este tema en particular es visible tan sólo con realizar una pequeña búsqueda en internet. Para nuestra sorpresa, hemos encontrado múltiples citas del estudio original del 2004 de Vergés- Montell en publicaciones de medios con cierto prestigio, que claramente desconocían tan siquiera las fechas en las que se había realizado el estudio, fechándolo incluso en el año 2018! Este ejemplo nos da una idea del desconocimiento general que existe y presupone cierta ausencia de continuidad en estos trabajos de investigación.
Los estudios hasta ahora realizados sobre este tema nunca han alcanzado la relevancia necesaria, o no se les ha tenido suficientemente en cuenta, con el propósito de diseñar nuevos tratamientos farmacológicos no tan “agresivos” o que tengan en cuenta una mejor comprensión de la neuroplasticidad y el sistema nervioso. Sin embargo, por el contrario la mayoría de los tratamientos contra el dolor en lesiones medulares, traumatismos, SDRC (síndrome de dolor regional complejo), etc., se basan en un pequeño grupo de fármacos destinados a ofrecer “inhibición o alteración bioquímica” en la neurotransmisión, con un pequeño rango de sustancias asociadas a alguno de los muchos neurotransmisores que existen. El problema es que el dolor neuropático tiene complejas interrelaciones dependiendo de cada caso, es un “Universo Completo” donde prácticamente cada paciente posee una causa y una respuesta diferente, pero muchas veces se desatiende el intento de comprensión de su mecanismo particular. Siempre está detrás la justificación de la falta de “tiempo y dinero”, algo completamente falso, ya que lleva a una sobre “medicación”, un gasto farmacéutico multimillonario y un nivel de fracaso elevado, que a su vez conduce a graves problemas sanitarios y sociales, como depresión o incapacidad, disparando el gasto resultante todavía más y transformándose en un gasto farmacéutico y social multimillonario basado en las consecuencias de emplear solamente una vía farmacológica cuanto menos cuestionable pese a existir conocimiento suficiente de que se deberían estudiar otras vías desde hace décadas.
Estudios con más de 40 años y el confuso baile de datos
Para argumentar y reflexionar sobre las anteriores líneas debemos mirar en los estudios realizados en las últimas cuatro décadas, así que vamos a adentrarnos en ellos: Ya en los años 80 del siglo pasado, se confirmó a nivel estadístico como los cambios atmosféricos afectaban a múltiples dolencias. Son especialmente significativos los estudios realizados en artritis reumatoide, por lo que en ausencia de una continuidad en trabajos similares en lesionados medulares, pasaremos a analizar y entender los estudios en este campo casi paralelo respecto la influencia del clima. Así pues nos remontaremos al año 1985 con el estudio “La relación entre los factores meteorológicos y el dolor en la artritis reumatoide en un clima marino” presentado en The Journal of Rheumathology donde los informes indicaban que las condiciones meteorológicas podían afectar a algunos síntomas de la artritis reumatoide (no a la enfermedad en sí) Se estudiaron 88 pacientes residentes en provincias costeras holandesas (clima marino) quienes anotaron sus síntomas de dolor diariamente durante un año completo. Los análisis de correlación de las puntuaciones de dolor promediadas por el paciente mensualmente frente a cada uno de los 6 factores climáticos propuestos indicaron que el dolor originado por la artritis reumatoide se asocia positiva y significativamente con la temperatura y la presión atmosférica y negativamente con la humedad relativa y no con cualquiera de los otros factores, discutiendo el hecho de que la relación entre el complejo temperatura / presión y el dolor de la AR era más fuerte en verano que en invierno. Tan solo un año después en The Scandinavian Journal of Rheumathology encontramos el estudio “El efecto de los factores biometeorológicos sobre el índice articular de Ritchie y el dolor en la artritis reumatoide.” En dicho trabajo se estudiaron casos de artritis reumatoide y el efecto de la humedad relativa, la presión atmosférica, la nubosidad, la temperatura exterior, la velocidad del viento y un índice meteorológico general sobre el índice articular de Ritchie (RAI) y el dolor registrado en la escala analógica visual (VAS) activa. 19 de estos casos fueron estudiados durante la hospitalización por una exacerbación de la enfermedad en el invierno de 1981-82. Se encontró que el 69% de los pacientes eran sensibles, según las puntuaciones de RAI y VAS, a un indicador del clima y tan solo el 16% no eran sensibles en absoluto. Los indicadores meteorológicos más frecuentemente asociados positivamente con los síntomas reumáticos fueron la humedad relativa, la temperatura exterior, la nubosidad y el índice de clima general. Como ya sería habitual en el futuro, no hubo una correlación absoluta entre la afirmación subjetiva de ser sensible al clima y las correlaciones objetivas asociadas con los parámetros meteorológicos y el dolor articular. Desafortunadamente este procedimiento de observación de correlaciones, pese a carecer de relevancia definitoria (como iremos argumentando) se ha utilizado para desacreditar en este tipo de estudios la apreciación de dolor en los pacientes, magnificando las valoraciones subjetivas del individuo y olvidando la verdadera relevancia del estudio, como en este caso, ese 69% de pacientes que se mostraron sensibles al clima. La consideración popular de esta “sensibilidad al clima”, una constante “universal” asociada a la lógica experiencia de la sociedad a través de los tiempos, impide a ciertos estudios valorar correctamente la correlación de los valores meteorológicos y el dolor pero carece de sentido como justificación para la improcedencia de la apreciación de los pacientes, es decir, en muchos estudios posteriores se intentará justificar la relación como subjetiva a causa de la predisposición del paciente por las creencias populares y “anular” las apreciaciones a través de la búsqueda de constantes fijas de apreciación del dolor vinculadas a valores atmosféricos puntuales en vez de considerar la variabilidad por individuo dentro de un rango de días del cambio de valor de las variables que afectan a los cambios atmosféricos. En vez de eso, se considerará ese cambio de la apreciación subjetiva del dolor asociado a las creencias sociales del sujeto y se confirmará con los valores estadísticos no correlativos entre todos, al no reconocer la variabilidad de efectos en el sistema nervioso según el paciente.
El siguiente estudio que podríamos destacar ya en el nuevo siglo y del que hablaremos a continuación, está basado en un análisis en profundidad al respecto de todo lo anteriormente publicado y que no dejaba lugar a dudas, hablamos de Efectos del clima en la artritis reumatoide: de la controversia al consenso. Una revisión.
El objetivo del trabajo publicado también en The Journal of Rheumatology (Patberg – Rasker, 2004) revisó y evaluó la evidencia sobre la opinión generalizada de que los signos y síntomas de la artritis reumatoide estaban influenciados o incluso causados por el clima. Para ello se realizó una búsqueda bibliográfica de 1985 a 2003 utilizando la base de datos PubMed de la Biblioteca Nacional de Medicina de EE. UU. En este gran estudio se identificaron artículos relevantes adicionales a partir de las bibliografías y los propios archivos de los investigadores. Sorprendentemente solo la temperatura y la humedad (¡obviando la presión! ) parecían tener una clara influencia sobre los síntomas de la artritis reumatoide, aunque los hallazgos informados no coincidían. Las controversias parecían estar relacionadas principalmente con los métodos aplicados en los estudios sobre los efectos del clima que dificultaron la evaluación: sorprende y resulta inexplicable que a día de hoy no exista un procedimiento o protocolo consensuado internacionalmente para evaluar la influencia del clima sobre las enfermedades, especialmente en lo que a dolor se refiere. Pese a todo, gracias al estudio se observó que existía una correlación positiva con la humedad del microclima en la piel del paciente. La alta humedad relativa en el exterior resulta desfavorable, pero tiene menos influencia cuando hay pocas barreras para el vapor de agua, como la ropa, y cuando se usa el aire acondicionado. La temperatura alta es desfavorable ya que aumenta la humedad absoluta, pero también es beneficiosa, ya que reduce la presencia de barreras y estimula el uso del aire acondicionado. La opinión clásica, “Frío y mojado es malo, cálido y seco es bueno para los pacientes con artritis reumatoide”, parecía ser cierta solo en lo que respecta a la humedad, pero al menos la literatura ya presentaba un mínimo consenso.
Emborronando lo evidente
Aunque en los últimos 40 años los estudios que han propuesto indagar en profundidad la “modulación asociada al clima” no han cesado, también existen múltiples trabajos que ofrecen resultados contrarios, que a veces incluso daba la sensación de intentar complicar lo evidente. Un buen ejemplo lo tendríamos en cómo se juega con los cuestionarios, las estadísticas y los procedimientos de “sesgado” y selección de los parámetros relevantes, algo que ejemplifica perfectamente el estudio: The association between arthritis and the weather. una auténtica lección de cómo conseguir que un paciente describa lo contrario a su experiencia y conseguir un resultado destinado a confirmar resultados “preestablecidos” a través de la elección de una metodología de trabajo que garantice de antemano la negación de un problema sean cuales fueren las respuestas del paciente. Puede que lo dicho anteriormente solo sea una apreciación subjetiva, pero analizando los procedimientos empleados en estos estudios y la manera de analizar la información de los distintos parámetros estudiados, da la impresión que el resultado sería siempre el mismo, indiferentemente de los valores obtenidos. Así que siguiendo con el citado trabajo, el autor Aikman H. en la publicación International Journal of Biometereology a pesar de la preponderancia de la idea sobre la influencia del clima, en el año 1997, afirmaba que la evidencia científica al respecto es escasa y no concluyente. ¿Cómo? Se basaba en un estudio realizado en la ciudad australiana de Bendigo, buscando establecer una posible relación entre el dolor y la rigidez de la artritis y las variables meteorológicas de temperatura, humedad relativa, presión barométrica, velocidad del viento y precipitación. Los niveles de dolor y rigidez fueron calificados por 25 participantes con artrosis y / o artritis reumatoidea cuatro veces al día durante 1 mes de cada temporada. (Es importante resaltar una vez más, el escaso número de pacientes involucrados) El análisis de regresión múltiple por pasos indicó que las variables meteorológicas y la hora del día representaron el 38% de la varianza en el dolor medio y el 20% de la varianza en la rigidez media cuando se consideraron los datos de todos los meses. Un cuestionario telefónico posterior al estudio indicó que el 92% de los participantes percibía que sus síntomas estaban influenciados por el clima, mientras que el 48% afirmó que podía predecir el clima de acuerdo con sus síntomas. Por lo tanto, los resultados sugerían que la disminución de la temperatura se asocia con un aumento del dolor y una mayor rigidez y el aumento de la humedad relativa se asocia con un aumento del dolor y la rigidez en los pacientes de artritis. Otra vez más se empleaba la excusa de la valoración subjetiva asociada a la lógica incomprensión empírica de la valoración real del propio paciente buscando una correlación exacta en un período muy corto y no en un ciclo de cambio atmosférico, además en un reducido grupo y luego extrapolar el resultado a consideraciones que no podían deducirse directamente de las respuestas y sin valorar la toma farmacológica de cada paciente (no la prescripción, valores muy distintos bajo decisión del facultativo, no del paciente, algo que se repetirá sistemáticamente en muchos estudios, en los que se desoye la apreciación del paciente y se cuantifica según una decisión facultativa alejada de la apreciación del paciente). La metodología y procedimientos se repiten en un estudio tras otro con respuestas inconcluyentes y la valoración del consumo de fármacos según la decisión de prescripción no la valoración del paciente a cerca de la necesidad de estos por un aumento del dolor, sin mayor profundización y con grupos tan pequeños donde los resultados erráticos pueden ser interpretados a gusto de las ideas preconcebidas de los investigadores, sin que eso pueda ser demostrado como erróneo por una comprobación externa, ya que los datos y el procedimiento empleado no son discutibles desde el punto de vista de la veracidad. Estudios similares se reprodujeron hasta la actualidad, cuando ya resultan casi insostenibles, como fue el caso en el año 1999 de la publicación en Pain: Rheumatoid arthritis patients show weather sensitivity in daily life, but the relationship is not clinically significant Los autores, Gorin AA, Smyth JM y cols. Planteaban de nuevo que aunque la mayoría de pacientes con artritis reumatoide informaban que su dolor estaba influenciado por el clima, los estudios resultaban “equívocos”, la negación se repetía de nuevo. Otra vez acudían al juego estadístico alegando que no quedaba claro a partir de los estudios existentes si los resultados se deben a un poder estadístico limitado (por ejemplo, tamaños de muestra pequeños y variabilidad restringida en los índices climáticos) o al no considerar las diferencias individuales. El estudio llegaba aún así a sus conclusiones, cometiendo los mismos errores que los que cuestionaba analizando solo 75 pacientes con artritis reumatoide. Los índices meteorológicos objetivos que emplearon fueron: temperatura, presión barométrica, humedad relativa y el porcentaje de luz solar obtenidos en las mismas fechas por un servicio meteorológico local. Los resultados indican que, para toda la muestra, los niveles de dolor fueron más altos en días fríos, cubiertos y días posteriores con presión barométrica alta. Los niveles de dolor también aumentaron en función del cambio en la humedad relativa de un día para otro. Los análisis de diferencias individuales revelaron una variabilidad significativa entre los pacientes en sus patrones de sensibilidad climática. En general, los sujetos con niveles más altos de dolor autoinformado demostraron una mayor sensibilidad climática. De nuevo, el juego de la estadística “hacia su magia” al considerar la magnitud de estos efectos. Las variables meteorológicas representaron solo una pequeña cantidad de cambio en las puntuaciones de dolor, incluso para pacientes con las relaciones más pronunciadas entre dolor y clima. Así una vez más, aunque se encontró “sensibilidad” al clima, los valores del efecto no fueron clínicamente significativos, pero una vez más resultan discutibles los criterios para considerarlos “clínicamente significativos” ya que la valoración de la respuesta subjetiva del paciente se sesgaba según unos criterios preestablecidos que imposibilitaban que esa valoración correspondiera a la que realmente comunicaba el paciente tras el posterior procesado estadístico de sus impresiones. Pero al menos existía una apreciación honesta en el buen camino que nos conduce probablemente al núcleo del problema: “no considerar las diferencias individuales”
Siglo XXI
Con el cambio de siglo, los nuevos conocimientos sobre el funcionamiento del sistema nervioso y la facilidad de difusión de los trabajos por las autopistas digitales así como su comparación, llevan a un escenario bastante diferente poco a poco. Por ejemplo Strusberg I, Mendelberg RC, Serra HA publican en The Journal of Rheumatology: Influence of weather conditions on rheumatic pain. El objetivo del estudio consistía de nuevo en evaluar la influencia del clima en la ciudad de Córdoba, Argentina, en pacientes con dolor reumático y correlacionar diferentes variables climáticas con la impresión de sensibilidad al clima de los pacientes. Se analizaron en diferentes personas afectadas con osteoartritis, 82 con artritis reumatoide, 17 con fibromialgia y 32 sujetos sanos. De nuevo la baja temperatura, la alta presión atmosférica (esta vez sí) y la alta humedad se correlacionaron significativamente con el dolor en la Artritis Reumatoide, en Osteoartritis, el dolor se correlacionó con baja temperatura y alta humedad y en Fibromialgia, con baja temperatura y alta presión atmosférica sin correlación alguna con los sujetos sanos, los cuales no mostraron apreciaciones significativas. Los pacientes que se describieron como sensibles a la intemperie se correlacionaron solo con la humedad alta. Entonces ¿Qué tenía de especial este estudio? Pues algo evidente que previamente no se había planteado apenas pero que como acabamos de decir Gorin AA, Smyth JM y cols (1999) comienzan a clarificar en sus conclusiones: los resultados aunque apoyaban una vez más la creencia de que el clima influye en el dolor reumático, incidían en una cuestión determinante: era de diferentes maneras dependiendo de la patología subyacente, las características individuales y la sensibilidad subjetiva al clima.
La sintomatología varía con el paciente, ya que la neuroplasticidad podría estar generando una maraña de información diferente en cada persona afectada, susceptible de generar cualquier resultado estadístico que niega la relación al buscar coincidencias en la percepción y los síntomas con unos parámetros incorrectos pre-establecidos.
Por otro lado las condiciones climáticas de los días anteriores a los cambios atmosféricos (micro-cambios) no afectaban a los pacientes, es decir el sujeto no tiene la capacidad “predecir” el tiempo sencillamente, el cambio en las condiciones atmosféricas afecta de forma particular a cada paciente teniendo en cuenta la estructura de su sistema nervioso, según esta haya ido variando a causa de su entorno vital particular y la neuroplasticidad en ese individuo, pudiendo existir personas muy sensibles a los cambios iniciales y otras que solo se vean afectadas una vez presentes cambios de tiempo pronunciados. Es decir al realizar cuestiones sobre la apreciación del dolor de los pacientes podríamos pensar que no hay relación alguna según analizamos las respuestas, ya que si asignamos valores positivos o negativos de apreciación a fechas puntuales y valores atmosféricos, la diferencia de “sensibilidad” de cada individuo acaba anulando las respuestas entre ellas, al no tener en cuenta, un gran número de factores individuales. Tampoco se analiza en paralelo el consumo de analgésicos (como si realizara K. Kimoto, (2015) a la hora de establecer una correlación) respecto a otros períodos y la propensión a sentir dolor de cada paciente en el ciclo completo del cambio atmosférico. Y lo que es peor, no se describe en profundidad la relación de los pacientes escogidos con su calidad del sueño o los fármacos que habían tomado para combatir el dolor durante periodos extensos, ¡ni la evolución de sus síntomas a causa de estos! Algo quizás esencial para entender su respuesta al cambio de clima o a como su sistema nervioso, afectado por estos ha ido cambiando la percepción de esas variaciones. Siguiendo esta línea para finalizar es preceptivo mencionar un voluminoso trabajo realizado por la investigadora Ercolie R. Bossema, de la Universidad de Utrecht en los Países Bajos La diferencia de este estudio radicaba que era el primero en investigar el impacto del clima en los síntomas de la fibromialgia en un gran grupo de población. El estudio sin embargo proporcionaba más pruebas en contra que en apoyo de la influencia diaria del clima en el dolor y la fatiga de la fibromialgia. Investigadores en los Países Bajos estudiaron a 333 mujeres con fibromialgia (edad media, 47 años y tiempo promedio desde el diagnóstico: 3,5 años) que respondieron preguntas sobre dolor y fatiga durante 28 días consecutivos. La temperatura del aire, la duración de la luz solar, la precipitación, la presión atmosférica y la humedad relativa fueron registradas por el Real Instituto Meteorológico de los Países Bajos y los datos se sometieron a un análisis de regresión multivariante. Las variables meteorológicas mostraron de nuevo un efecto significativo pero pequeño sobre el dolor o la fatiga. Los pacientes se vieron afectados de manera diferente por algunas condiciones climáticas, incluido el dolor intenso con presión barométrica alta o baja. Las diferencias individuales no se explicaron por las características demográficas, funcionales o mentales de los pacientes, ni por la estación o la variación del clima durante el período de evaluación.
Llegados a este punto y para no extendernos en exceso, concluiremos con uno de los estudios más relevantes y significativos en el nuevo siglo que acepta una correlación pero reconoce la inexistencia de estudios que permitan aclararla. Sin duda una de los trabajos más voluminosos e importantes, el reciente: Association between rainfall and diagnoses of joint or back pain: retrospective claims analysis realizado por Anupam B Jena, Ruth L Newhouse y cols. (2017)
Realizado a finales de 2017 tuvo como objeto estudiar la relación entre la lluvia y las visitas ambulatorias para el dolor articular o de espalda en una gran población de pacientes de Estados Unidos. La proporción de visitas ambulatorias por afecciones relacionadas con el dolor articular o de espalda (artritis reumatoide, osteoartritis, espondilosis, trastornos del disco intervertebral y otros trastornos articulares no traumáticos) se comparó entre los días de lluvia y los días sin lluvia, ajustándose a las características del paciente, condiciones crónicas y otras características geográficas. De las 11 673 392 visitas ambulatorias de los beneficiarios de Medicare, 2 095 761 (18.0%) ocurrieron en días de lluvia. En los análisis no ajustados y ajustados, la diferencia en la proporción de pacientes con dolor articular o de espalda entre días lluviosos y no lluviosos fue significativa (no ajustada, 6,23% v 6,42% de las visitas, p <0,001; ajustada, 6,35% v 6,39% , P = 0.05). Pero la diferencia fue en la dirección opuesta anticipada y fue tan pequeña que se consideró por parte de los autores como “poco probable que sea clínicamente significativa”. No se encontró (otra vez) una relación estadísticamente significativa entre la proporción de quejas por dolor de articulaciones o de espalda y el número de días de lluvia, tampoco se encontró relación entre un subgrupo de pacientes con artritis reumatoide. Así que la devastadora conclusión fue que en un gran análisis de estadounidenses asegurados por Medicare, no se encontró ninguna relación entre la lluvia y las visitas ambulatorias para el dolor articular o de espalda, pero todavía podía existir una relación y, por lo tanto, sugerían que datos más detallados y más amplios sobre la gravedad de la enfermedad y el dolor serían útiles para respaldar la validez de esta creencia común.
Esto sucedía hace apenas dos años y es fácilmente extrapolable en muchos aspectos para el dolor neuropático y a muchos estudios de otras enfermedades que cursan con dolor, como es el caso de la fibromialgia. En ellos, tampoco se admite de forma razonable una conexión fuerte entre esta dolencia y el clima, pese a las afirmaciones de muchos pacientes al no valorar adecuadamente la complejidad individual con la que cada paciente aprecia el dolor afectado por los cambios del clima que ha llevado durante a años a procedimientos de cálculo que quizás sean erróneos.
Recapitulación Sea como fuere, seguimos “a ciegas” y todavía a la espera de estudios más profundos que investiguen los mecanismos del dolor neuropático y crónico con el clima. Aunque sabemos con meridiana certeza que el incremento del dolor se produce por una disminución en las presiones atmosféricas que nuestro cuerpo advierte a través de los receptores en la piel y en las articulaciones, mayormente acentuados ante bajas temperaturas o altas humedades, no podemos todavía identificar los mecanismos por la ausencia de estudios concluyentes. Bibliografía y literatura recomendada Allen RP, Chen C, Garcia-Borreguero D, Polo O, DuBrava S, Miceli J, et al. Comparison of pregabalin with pramipexole for restless legs syndrome. N Engl J Med. 2014 Feb 13; 370(7):621-31. https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/24521108 García-Sabina A, Rabuñal Rey R, Martínez-Pacheco R. Revisión sobre el uso de medicamentos en condiciones no incluidas en su ficha técnica. 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